Dicen que los niños y los adolescentes siempre tienen prisa por crecer. Tal vez mis padres no estén de acuerdo conmigo, pero nunca sentà que quisiera ser mayor de lo que soy. Siempre he estado perfectamente satisfecho con mi edad, mi madurez y las responsabilidades y expectativas puestas en mÃ.
A mi alrededor, mis amigos ya se habÃan mudado. HabÃan establecido trabajos a tiempo completo o parcial o estaban llegando al final de sus carreras universitarias. Mientras tanto, regresaba a casa en un toque de queda que mis padres todavÃa estaban tratando de implementar. Luché entre tratar de ser paciente, sabiendo que algún dÃa estarÃa solo y estableciendo un entendimiento con mis padres de que a medida que creciera, necesitarÃa más libertad.
Esta fue la única vez que sentà una forma de presión sobre mà mismo para alcanzar a mis compañeros.
Siendo hija única, se podrÃa decir que crecà materialistamente malcriado y aunque puede haber sido cierto ocasionalmente, no hay duda de que mis padres me mimaron con la atención y el afecto. A veces, se sentÃa autoritario, pero sabÃa que siempre tenÃan buenas intenciones. SabÃa que mi hora de mudarme se acercaba pronto y estaba emocionada. ¿Me sentà lista? Absolutamente no. Pero las personas mayores a mi alrededor me dijeron que nunca estarÃa lista, que solo tenÃa que hacerlo.
Asà que hice las maletas y me fui a la universidad en otro paÃs. Decir adiós a mis padres fue más difÃcil de lo que esperaba. SabÃa que iba a llorar, pero prácticamente lloré de camino al aeropuerto, en el avión, en el taxi y una vez que llegué a mi apartamento.
Me estaba ahogando en la sensación de estar abrumado cuando llegué a mi nuevo hogar. Estaba exhausto por la mudanza y emocionalmente inestable después de tener que despedirme de mis padres, mis mejores amigos y mi zona de confort. Me paré en medio del apartamento y me pregunté por dónde deberÃa empezar. Sin embargo, estaba completamente perdido. En cambio, me pregunté por dónde empezarÃa mi mamá.
Me la imaginé llegando a un nuevo hogar, echando un vistazo y decidiendo lo que hay que hacer. Desempaqué mis cosas y las arreglé como pensé que lo harÃa mi mamá. De hecho, traté de copiar exactamente cómo tenÃa las cosas en casa. Las bolsas de compras reutilizables iban en el cajón debajo del horno, el botiquÃn debÃa estar a un gabinete de distancia de la estufa y todos mis refrigerios terminarÃan en estantes a los que no podÃa llegar. Tengo presente constantemente todos los consejos que me dan a la hora de limpiar o hacer la compra.
Mi mayor temor cuando me fui de casa era cuánto me necesitaban mis padres. Les rogué que consiguieran un perro o un gato para que todavÃa tuvieran alguna criatura corriendo por ahà para cuidar. Lo que no me di cuenta fue cuánto los necesitarÃa.
Ha pasado un mes desde que me mudé y todavÃa llamo a mis padres dos veces al dÃa y, a veces, incluso tres veces cuando los extraño mucho. No existe una fórmula para dejar la seguridad de tu nido, para mi consternación. En los dÃas difÃciles, y ha habido muchos, lo único que ansiaba era un abrazo de mi madre. Como eso no es posible, recordé todas las veces que mi papá me dijo que me levantara cada vez que me caÃa.
Si hay algo que me han dicho mis padres que se me ha quedado grabado es que deambule todo lo que quiera. Siempre puedo volver a casa donde me estarán esperando.